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domingo, 19 de mayo de 2013


"UN SALTO POR LA VIDA"
Miriam Cuipal Morey


Daniel Quispe Llanahuilca es un niño de 9 años, cursa el tercer grado de primaria en el colegio San Pedro ubicado en Ciudad del Pescador en el Callao, es el mayor de 5 hermanos. Y es por eso que trabaja haciendo saltos y contorciones en la calle para ayudar a su familia. Acrobacia
A la altura de la cuadra seis de la Av. Fousset en San Miguel diariamente acude Daniel desde las tres de la tarde hasta aproximadamente once de la noche esperando cada luz roja del semáforo para poder exhibir a los apurados conductores su improvisado talento, esperando así unas monedas.
Lo llevo observando ya hace un tiempo entre saltos y contorsiones me comenta que al día puede llegar a ganar hasta veinte o treinta soles, que usa para apoyar a su madre, cuyo humilde trabajo es vender desayunos en el mercado del Callao.
Le pregunto: ¿Qué hace tu papá? – Con una sonrisa forzada, dejando entre ver dientes algunos aun de leche – Respondió: “Mi papá no esta se fue con otra señora hace años, no lo veo hace tiempo”, fue inevitable el nudo en la garganta y pensar como un niño tan pequeño tiene que afrontar esta realidad.
Siempre al pendiente del semáforo, realiza una y otra vez sus saltos, con sus zapatos de colegio gastados por el uso, unos pantaloncillos por los tobillos y una pequeña chompa desteñida por el tiempo, con una mirada cansada pero a la vez con ese brillo que todo niño de su edad tiene, sin nada que ofrecer más que su talento que tuvo que aprender a la fuerza.
El pequeño Daniel me cuenta de sus hermanos – su sonrisa ahora si más sincera aparece, se puede notar que tiene unos pequeños hoyuelos en las mejillas– son dos hombres y tres mujeres la menor de tres añitos, el cuarto de cuatro años el tercero de cinco el cuarto y la penúltima de siete, y el por supuesto el de nueve años.
Fue necesario e inevitable para mi preguntarle si el mismo deicidio trabajar o es porque su madre así lo pidió, “Yo mismo porque quise regalarle a mis hermanos juguetes para navidad y vi un día a unos chibolitos que vendían caramelos pero como no tenía para comprar caramelos hice esto” - ¿Y le pudiste comprar los juguetes a tus hermanos? – “No pero fuimos a comer pollo a la brasa ese día”. Y fue desde aquel día que no deja de venir a este semáforo a trabajar.
Le conté que yo hice mi primer grado de primaria en el colegio donde el ahora este San Pedro del Callao, esa gran unidad escolar donde pasa los momentos más felices del día, donde puede ser lo que es: un niño.
¿Cómo vas en el colegio Daniel? – Nuevamente aparece es sonrisita forzada  – “Masomenos, yo voy para jugar con mis amigos y porque mi mamá quiere, no me gusta estudiar”, el niño de los zapatos sucios se para nuevamente frente a los autos, sus acrobacias ya me son familiares. Observo a los conductor, personas con un nivel socioeconómico A con camionetas ropa de marca y conversando por buenos celulares. Como pueden estar tan cerca dos extremos del Perú, un niño que gana alrededor de veinte soles diarios aproximadamente y una persona tal vez dueña de una empresa que genera diariamente cientos de soles. Sé que todo se gana con esfuerzo, pero también creo en las oportunidades que te da la vida, las personas de las camionetas tuvieron mejores oportunidades en la vida que puede tener el pequeño Daniel.
Pensando en eso le hago una pregunta al niño - ¿Daniel cuánto ha sido lo máximo que alguien te ha dado  por tus acrobacias? – Un pequeño silencio para recordar y me comenta.- Un día antes de año nuevo una señora le dio cincuenta soles, con lágrimas en los ojos le pregunto su nombre abrió su cargada billetera y sin ver saco el primer billete que para alegría de Daniel eran de cincuenta soles, le sobo la cabecita acelero y se fue. Que abría pasado con esa señora, nunca lo podrá saber.

Cuantas más anécdotas puede tener ese pequeño niño, que a su corta edad tiene una gran responsabilidad, deseoso de tener una vida como cualquier pequeño de su edad, con tantos sueños que en cada salto y pirueta que deja en la pista desea cumplir.
Después de casi media hora estar sentada al borde la pista tratando de entrevistarlo entre cada luz verde del semáforo, - que más se le puede preguntar a un niño- se me ocurrió decirle que haría con un millón de dólares, una vez pude ver en su angelical rostro esa sonrisa sincera y picara que todo niño a esa edad tiene: “Asu no se compraría muchos chisitos y juguetes y ya no tendría que trabajar y asu no sé qué más” –Apareció esa sonrisita picara que ya me parecía familiar - La respuesta esperada, salió a flote el niño que es y no el que debería ser.
Aprecie por casi una hora a este talentoso niño, con un nudo en la garganta que parecía interminable, pensando en todo lo que tengo y el no, en todas esas pequeños problemas que uno tiene y que parecen gigantes.

El pequeño Daniel de aproximadamente un metro cuarenta de estatura, y cuarenta kilos de peso, es un ejemplo a seguir, con una infancia que lo marcara siempre, pero lo que aprendí de él es que a pesar de lo que pase, a pesar de los problemas que uno tiene: nunca deberíamos perder la sonrisa, esa sonrisa a la vida.

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