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domingo, 19 de mayo de 2013

TALLERES DEL PROGRESO


Todo comenzó tomando una taza de café, frases entre cortadas y tímidas sonrisas. No sé cómo romper el hielo para comenzar nuestra conversación, así que le pregunto Maritza Hurtado Gómez de 38 años de edad sobre sus primero años de vida, sobre sus padres, su casa y sus compañeros de colegio. Es así como la empresaria comienza a narrarnos los inicios de su vida. Detalla que tiene recuerdos aproximadamente desde los cuatro años, lo primero que se le viene a la mente es describir su casa, aquella que estaba ubicada en el pasaje 28 de Julio del distrito de Breña, era una casa pequeña de dos pisos con grandes ventanas, verde ya despintada por los años; cuenta que salía a jugar con sus vecinos en la loza que estaba justo al frente de la tienda de doña Lola, donde luego de corretear todas las tardes hacían la famosa “chanchita” para comprar gaseosa para todos. Describe a su vez los divertidos carnavales que jugaba todo el barrio, ella dice “allí no se respetaba a nadie, jugábamos entre vecinos de todas edades, si tú estabas allí, perdías”. Sin duda, resalta que fueron las mejores épocas de su vida, esto lo respalda diciendo “uno cuando es niño, no piensa en dinero, trabajo y esas cosas… solo te dedicas a comer, jugar y dormir”; al preguntarle sobre su familia hay un silencio prolongado, una voz entrecortada responde que siempre es muy difícil hablar de ello. Trato de esperar y ponerme en su lugar, luego, ella comenta que viene de una familia disfuncional, que se separó cuando ella tenía 8 años por maltratos de su padre a sus tres hermanos menores, a ella y a su madre. “No es fácil hablar de ellos, sufrí por muchos años la separación de mis padres, pienso que mi vida pudo ser más fácil si es que hubiese tenido a ambos apoyándome en todo” menciona ella; agacha la cabeza y toma unos sorbos de café, pienso que son para que la nostalgia se aleje.
Retomamos la conversación y le pregunto que tal era como alumna en el colegio, de su rostro entristecido brota una suave sonrisa, “era una de las que pasaba desapercibido… no era tonta, sino que la sabía hacer, era de las que siempre estaba presente en todas… pero nunca me castigaban, claro, no era la conocida pero si tenía a mis dos amigas incondicionales”. Insisto y le pregunto por la notas, “no señorita, no era buena… en mi casa nadie me ayudaba y muchas veces fui al colegio sin útiles”. A pesar de todo, se las ingeniaba para pasar de grado y no ganarse problemas con los profesores.
Al preguntarle sobre la etapa de la secundaria, menciona que dos fechas que la marcaron fueron la el día del padre, fiesta de sus quince años y  su graduación, le comento que esos días son los más esperados por toda jovencita y me refuta diciendo “yo nunca quería que haya festividades en el colegio pues siempre me sentía muy triste al esperar que mi papá esté presente cuando tenga que bailar o actuar… lo peor fue el momento de bailar el vals”. Así, terminamos el tema de la etapa escolar, conversamos cual fue su futuro luego de salir del colegio, menciona que fue cuando comenzó lo el momento más difícil de su vida pues su madre ya no podía mantenerla así que ella debió ingeniárselas sola. Al principio fue duro, tuvo que ser ayudante de un mercado, donde conoció a la señora Margarita, que le ofreció trabajo estable y se empleó en su casa, Maritza trabajaba duro, pero esto era sobrellevado pues la familia la estimaba mucho como una integrante más de la familia. Fue por ese cariño reciproco que al recibir la invitación de irse con ellos a vivir a con ellos a Italia no la hicieron dudar de aceptar esa gran oferta, ella dice “ellos eran mi familia, yo los quería mucho, cómo no iba a ir con ellos, cómo iba perder a mi familia otra vez”.
Así que la experiencia en Italia fue enriquecedora ya que la ayudó a recaudar dinero pues el salario era mayor, a pesar de la comodidad y de la estabilidad que tenía, Maritza sentía que no estaba totalmente realizada, en cada imagen familiar que veía en las calles la nostalgia la invadía y recordaba los años que pasaba con su madre, hermanos y amigos del barrio. Un día cuenta ella, se armó de valor y conversó con los señores de la casa, explicándoles que se regresaba a Perú porque extrañaba el calor de su verdadera familia y que a pesar de lo bien que estaba viviendo con ellos, no dejaba de ponerse triste al preocuparse por cómo la estaba pasando su mamá y hermanos. Así Maritza, regresó a Perú con los ahorros que había recaudado durante varios años.
Al llegar a Perú, fue directamente a ver a su familia, encontró que dos de sus hermanos ya habían formado su familia y que la menor estaba cuidando a su madre, pero no le alcanzaba con el trabajo que desempeñaba en un taller de costura de pantalones. Decide en ese momento vivir con ellas y ayudar a mantener la casa, busca un trabajo relacionado al anterior que tenía, pero el salario era poco para todas las horas que invertía entonces se le ocurrió ingresar al taller donde trabajaba su hermana. Al trascurrir aproximadamente seis meses y luego de haber conocido el movimiento del mercado de los pantalones, anima a  un grupo de amigas y a Cecilia, su hermana, a ser parte de su propio taller gracias a los ahorros que tenía.  Maritza detalla cómo comenzó su proyecto “era un cuartito pequeño, en el 4to piso de una casa en Tingo María de Breña, solo tenía tres máquinas de coser, pocos clientes y mucha voluntad”. Describe que gracias a su amabilidad en el anterior del taller ganó varios clientes que al mudarse fueron a buscar los servicios de su costurería hasta donde ella se encontraba.
Es así que comenzó con su primer proyecto y gracias al éxito de su trabajo, pero sin obviar las dificultades que atravesó, logró sacar adelante a su familia y de manera solidaria, brindarle mejor calidad laboral a las jovencitas que se arriesgaron a trasladarse con ella a su nuevo negocio. Pasado un par de años, entendió que haciendo servicio de costurería dejaba prácticamente el producto casi terminado, solo debía pasar por la lavandería, puesta de botones, tallado y empaquetado. Como buena emprendedora, decide arriesgar su negocio y pedir un préstamo para comprar las telas, contratar a un planchador y cortador para fabricar sus propios pantalones y crear su propia marca. “No fue fácil señorita, si no todos lo harían… al principio sufrimos buscando a un planchador y cortador porque tenía que buscar a alguien de confianza y un buen desempeño debido a que el pantalón comienza allí, y si comienza mal… perdimos” menciona ella. Otra adversidad que tuvo que afrontar fue encontrar un local para vender sus productos, su anterior trabajo distribuía productos a Gamarra y su meta era entrar a ese mercado. Con algunas sonrisas y ya casi la segunda taza de café terminada, comenta “uy… casi me muero cuando me dijeron los precios de los locales… yo ganaba en soles y me iban a cobrar en dólares, lo pensé otra vez pero ya había comenzado todo y eso no iba a ser impedimento para realizar mi sueño, el de mi hermana y el de mi madre”.
Dentro de ese rubro, conoce a Esteban un provinciano del departamento de Junín que había atravesado por una similar historia que finalmente se dedicó al  negocio de polos. De esta unión nacen cuatro pequeños: Andrés, Arturo, Armando y Amelia. Juntos logran incursionar en un nuevo rubro para el cual fusionaron sus mini empresas y crear una marca con mayor tecnología y profesionalismo para brindar prendas como conjunto para niñas y niños.
Hoy en día cuentan con tres puntos de venta, un servicio de costurería, un servicio de estampado, un servicio de bordado, 6 vendedoras, una kardista, un contador, tres asistentes, cinco jóvenes en su taller, localizado en el corazón de Gamarra.  
Finalmente, le agradezco su atención, su amabilidad y su tiempo; la felicito por lo logrado hasta el día de hoy y le resalto mis felicitaciones porque a pesar de las adversidades: la familia disfuncional, los empleos inestables, el alejamiento de su familia, y el arduo trabajo, supo salir adelante siendo de esta maneras un ejemplo para las miles de personas que atraviesan problemas. En las propias palabras de la empresaria “no hay que rendirnos… recordemos que cuando se cierra una puerta se abren millones de ventanas;  y que las lágrimas son un duro costo para algo mucho mejor”. Para terminar, vuelvo a felicitar a la señora Maritza porque está cursando la carrera de administración para complementar sus conocimientos en el desempeño de su empresa y de esta manera fortalecerla para hacerla una de las más reconocidas en ese rubro.   

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